viernes, 2 de mayo de 2008

1 DE MAYO, COLMENAR

Diego F. Colume es uno de esos personajes que te los encuentras en el ultimo rincón del planeta y tienes la sensación de que son de ese lugar. Incansable. Yo sabia que aparte de un magnifico pintor también es profesor de música, violín concretamente. Para mi formaba parte de esa leyenda negra que a veces nos acompaña cuando alguien nos pregunta: “¿Tu a que te dedicas?” y profesor de violín es lo ultimo que me hubiera imaginado. Según me contó Arauzo, a la misma hora que este daba cuenta de unas chuletas de cordero regadas generosamente con un Ribera del Duero, mas o menos las diez de la noche, Colume acababa de salir de Gijón. Nosecuantas horas de viaje, Madrid, Ciudad Real, y cerca de las nueve de la mañana nos lo encontramos junto al lugar de sellado, en Colmenar. Un par de horas durmiendo en el coche y listo, “fresco como una lechuga” aunque no supiera muy bien donde estaba. Colmenar es un pueblo de la Axarquia malagueña, cerca de Antequera, de casas blancas apiñadas alrededor de la iglesia, salvando desniveles y comprometiendo embragues de atrevidos buscavistas. Al finalizar la jornada y para aliviar la espera del fallo del jurado, la organización nos amenizo con un concierto con una orquesta de ocho músicos que interpretaron algunas piezas de lo que me pareció era música barroca. Ya antes del concierto Coincidí con Diego en la entrada del Ayuntamiento a modo de improvisado camerino, se intereso por una viola de una de las chicas y se puso a tocarla a modo de ukelele ante el estupor de las demás. Pero fue tras el fallo del jurado cuando fue más allá. Algunos de los premiados, camino del salón de actos nos encontramos de nuevo en la entrada del ayuntamiento con una rezagada del grupo que todavía jugueteaba con su violín, Colume muy educadamente le pidió permiso, la chica no pudo negarse y con cara escéptica se lo puso en las manos. Pensó “a ver si se sabe el cumpleaños feliz, ñi, ñi, ñiiii”. Lo sostuvo un momento entre su barbilla y su hombro. Mientras sus dedos buscaban un lugar entre el mástil y la otra mano con un gesto claramente familiar, mecía el arco sobre las cuerdas. Las primeras notas me sonaron apresuradas como buscando algo y poco a poco se volvieron familiares, ágiles y seguras, encadenando una melodía que ya había escuchado otras veces y me recordaba algo vivo y sentido. En los escasos dos minutos que duro todos permanecimos absortos rompiendo en aplausos en el mismo momento en que dio su última nota. La cara de la dueña del instrumento no tardo mas de diez notas en darse cuanta de que ese tipo barbudo con las manos manchadas de pintura sabia lo que hacia y recibió el instrumento aliviada y agradecida mientras los demás subíamos las escaleras a recibir nuestro premio. Yo nunca había escuchado un violín en vivo y probablemente no lo vuelva a hacer desde tan cerca, ni tampoco creo que lo haga en mejor lugar que un pequeño pasillo en la entrada de un ayuntamiento de un precioso pueblecito de la Axerquia de Málaga. Estos pequeños prodigios son caprichosos y ocurren donde menos te lo esperas, pero si te encuentras con Colume y hay un violín cerca procura no perder de vista a ninguno de ellos.